lunes, marzo 27, 2006

isis y osiris

De los cuatro hijos de GEB y NUT, OSIRIS era el más sabio y también el más querido por su labor como soberano de la tierra y los hombres, a los que enseño las leyes y la agricultura. Se casó con su hermana ISIS y de su unión nació HORUS. Otro de los cuatro hermanos, SET, que odiaba a OSIRIS y envidiaba su cargo, reunió algunos hombres y se puso manos a la obra. Tomó medidas de su hermano mientras este dormía y ordenó hacer un magnifico sarcófago que se ajustase a las medidas tomadas. Después, en una gran fiesta a la que acudirían todos los dioses, SET mandó sacar el sarcófago, que como él esperaba llenó a todos de admiración por su belleza y buen gusto. Ofreció regalarlo a quien por sus medidas le sirviera. El último en probarlo fue OSIRIS, y en cuanto estuvo dentro del sarcófago, este fue cerrado, sellado y tirado a las aguas del Nilo por los hombres de SET. ISIS aconsejada por TOT, dios de la sabiduría, dejó al pequeño HORUS en Buto al cuidado de la diosa tutelar y emprendió camino hacia el delta con el fin de ocultarse de SET y encontrar a OSIRIS. Durante su difícil camino, ISIS seguía cualquier pista que pudiese conducirla hasta OSIRIS y así, más allá del Nilo, ya fuera de Egipto, decidió hacerse pasar por criada en el palacio de Byblos con la intención de encontrar un árbol muy especial del que había oído hablar. Al fin lo descubrió, el sarcófago había sido llevado por las aguas hasta una orilla en la que un pequeño árbol, al darse cuenta de la divinidad del ocupante, comenzó a crecer para proteger con sus ramas el preciado sarcófago. Y el rey de Byblos por su parte, al descubrir tan esplendido árbol, ordenó llevarlo a palacio. Inmediatamente ISIS recuperó su apariencia de diosa y sacó el sarcófago del tronco para llevarlo a Egipto, donde OSIRIS descansaría en tierra sagrada. Una vez en Egipto, ISIS dejó el sarcófago en las marismas del delta, con la intención de ir a Buto a ver a su pequeño. En el camino una voz le anunció que SET había encontrado a OSIRIS en las marismas donde ella lo había escondido y lo había destrozado y había desperdigado los pedazos de su cuerpo por todas partes. ISIS debía encontrarlo antes de volver con su hijo. En su búsqueda iba dando sepultura a cada parte del cuerpo de su esposo q encontraba y los hombres construirían templos más tarde en cada uno de esos lugares. La ciudad de Bubastis, se construiría donde fue enterrada su columna vertebral. Cuando, más al sur, en Abydos, ISIS encontró la cabeza de OSIRIS, se pudieron llevar a cabo las honras fúnebres que le permitirían comenzar su viaje a la inmortalidad. Rápidamente ISIS se dirigió de nuevo a Buto para encargarse de la educación de HORUS, que una noche mientras dormía, y a pesar de la protección de la diosa tutelar, fue picado por un escorpión y murió. ISIS destrozada pidió ayuda a RA y este mandó a TOT a devolverle la vida al pequeño. Los dos continuaron viviendo en Buto, donde nadie sabía de su origen divino, y allí fue donde HORUS creció preparándose para el día en que vengaría la muerte de su padre y reclamaría su corona real. Al llegar el momento, como SET también reclamaba la corona, era la Enéada la que debía decidir. Los dioses, después de mucho tiempo deliberando, de escuchar las dos partes y el consejo de NEITH la madre divina, pensaron en dar a HORUS la corona de su padre, pero ATUM-RA que presidía el tribunal dudó de HORUS por su juventud. Así que años después, el juicio continuaba con los argumentos y las luchas cuerpo a cuerpo entre los oponentes, en las que HORUS fue mutilado y SET perdió un ojo. TOT curó sus heridas y decidió que la solución era contactar con OSIRIS en el país de los muertos, donde reinaba, para que este les ayudase a decidir. La respuesta de OSIRIS, reprochando a los dioses por el mal trato dado a su hijo e increpándoles a actuar con justicia entregándole la corona, puso fin al pleito. HORUS fue coronado como merecía, con la corona blanca como símbolo de soberanía sobre todo Egipto y con el disco de oro que simbolizaba su victoria sobre SET, que terminó inclinándose ante él y aceptando su soberanía.

viernes, marzo 17, 2006

La Mascara de la Muerte Roja



Durante mucho tiempo, la "Muerte Roja" había devastado la comarca. Jamás peste alguna fue tan fatal, tan horrible. Su encarnación era la sangre: el rojo y el horror de la sangre. Se producían dolores agudos, un repentino vértigo, luego los poros rezumaban abundante sangre, y la disolución del ser. Manchas púrpuras en el cuerpo y particularmente en el rostro de la víctima, segregaban a ésta de la humanidad y la cerraban a todo socorro y a toda compasión. La invasión, el progreso y el resultado de la énfermedad eran cuestión de media hora.
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios perdieron la mitad de su población, llamó a un millar de amigos fuertes, vigorosos y alegres de corazón, escogidos entre los caballeros y las damas de su corte, y con ellos formó un refugio recóndito en una de sus abadías fortificadas. Era una construcción vasta y magnífica, creación del propio príncipe, de gusto excéntrico y, no obstante, grandioso. La rodeaba un espeso y elevado muro, y este muro tenía puertas de hierro. Una vez que entraron en ella los cortesanos, se sirvieron de hornillos y de mazas para soldar los cerrojos. Resolvieron atrincherarse contra los súbitos impulsos de la desesperación del exterior y cerrar toda salida a los frenesíes del interior. La abadía fue abastecida ampliamente. Gracias a estas precauciones, los cortesanos podían desafiar al contagio. Que el mundo exterior se las compusiera como pudiese. Entretanto, sería una locura afligirse o meditar. El príncipe había provisto aquella morada de todos los medios de placer. Había bufones, improvisadores, danzarines, músicos, hermosura en todas sus formas, y había también vino. Dentro, había todas estas bellas cosas, y además, seguridad. Fuera, la "Muerte Roja".
Ocurrió hacia el fin del quinto o sexto mes de su retiro, y en tanto que la plaga, afuera, hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero obsequió a sus mil amigos, con un baile de máscaras de la mas insólita magnificencia.
¡Qué voluptuoso cuadro el de aquel baile de máscaras! Permítaseme en primer lugar describir las salas donde tuvo lugar. Había siete; una hilera imperial. En muchos palacios, estas series de salones forman largas perspectivas en línea recta cuando los batientes de las puertas se abren de par en par, de tal manera que la mirada penetra hasta el fondo sin obstáculo. Aquí, el caso era muy diferente, tal y como podría esperarse de parte del duque y de su gusto y preferencia por lo bizarre. Las salas se encontraban tan irregularmente dispuestas, que la mirada no podía abarcar sino una sola a la vez. Al cabo de un espacio de veinte o treinta yardas se presentaba un brusco recodo, y en cada una de estas revueltas un aspecto diferente. A derecha e izquierda, en medio de cada pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía las sinuosidades del aposento. Cada ventana ostentaba vidrios de colores en armonía con el tono dominante del decorado de la sala sobre la cual se abría. La que ocupaba la extremidad oriental, por ejemplo, estaba decorada en azul, y los ventanales eran de un azul vivo. La segunda sala estaba decorada y guarnecida de color púrpura, y las vidireras eran asimismo de color púrpura. La tercera, enteramente verde, y verdes las ventanas. La cuarta, anaranjada, estaba iluminada por una ventana del mismo color. Y 1a quinta, blanca; y la sexta, violeta. La séptima estaba rigurosamente forrada de colgaduras de terciopelo negro, que revestían techo y muros y recaían en pesados pliegues sobre un tapiz de la misma tela y del mismo color. Pero únicamente en esta sala, el color de las ventanas no correspondía al de la decoración. Los cristales eran escarlata, de un color intenso de sangre.
Ahora bien, en ninguna de estas salas veíase lámpara ni candelabro alguno, entre los adornos de oro esparcidos con profusión o suspendidos de los techos. Ni lámparas, ni; velas; ninguna luz de esta clase en la larga serie de salas. Pero, en los corredores que las rodeaban, y exactamente enfrente de cada ventanal, se levantaba un enorme trípode con un ígneo brasero que proyectaba sus rayos al través de los cristales de color e iluminaba la sala de una manera deslumbrante. Producíanse así una multitud de aspectos cambiantes y fantásticos. Pero, en la sala del lado poniente, en la cámara negra, la claridad del brasero, que se reflejaba sobre las negras colgaduras a través de los cristales sangrientos, era terriblemente siniestra, y les daba a las fisonomías de los imprudentes que allí entraban un aspecto de tal modo extraño, que muy pocos bailarines se sentían con el valor suficiente para entrar en aquel mágico recinto.
También en esta sala erguíase, apoyado contra el muro del oeste, un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un tictac sordo, pesado, monótono; y cuando la aguja de los minutos había recorrido el cuadrante y la hora iba a sonar, salía de los pulmones de bronce de 1a máquina un sonido claro, estrepitoso, profundo y excesivamente musical, pero de un timbre tan particular y de una energía tal, que de hora en hora los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir durante un instante sus acordes para escuchar la música de las horas, y las parejas que bailaban cesaban por fuerza sus evoluciones. Una perturbación momentánea recorría a toda aquella alegre multitud, y mientras sonaban las campanas podía notarse que palidecían hasta los más vehementes, y los más sensatos y de más edad se pasaban la mano por la frente como si se hundieran en meditaciones o en ensueños febriles. Pero, apenas desaparecían del todo aquellos ecos, circulaba por toda la asamblea una leve hilaridad; los músicos se miraban los unos a los otros, sonreíanse de sus nervios y de su locura, y se juraban por lo bajo entre ellos que la próxima vez que sonaran las campanadas, no sentirían la misma impresión; y luego, cuando, después de la huida de los sesenta minutos que comprendían los tres mil seiscientos segundos de la hora pasada, se escuchaban de nuevo las campanas del fatal reloj, se producía la misma turbación, el mismo escalofrío y las mismas ensoñaciones febriles.
Pero a despecho de todo esto, la orgía continuaba alegre y magnífica. El gusto del duque era muy especial. Tenía un ojo certero en lo tocante a los colores y sus efectos. Desdeñaba los gustos de la moda. Sus planos eran temerarios y salvajes y sus concepciones brillaban con un esplendor bárbaro. Hay personas que lo hubieran juzgado loco. Pero sus cortesanos sabían bien que no lo estaba; pero era preciso comprenderlo, verlo, tocarlo para estar seguro de que, en efecto, no lo estaba.
Con ocasión de esta gran fiesta, se había ocupado personalmente de la decoración y del mobiliario de las siete salas, y fue su gusto personal el que dirigió el estilo de los disfraces. No cabía duda de que eran concepciones grotescas. Era deslumbrador, brillante; había cosas chocantes, fantásticas; mucho de lo que después se ha visto en Hernani. Había figuras verdaderamente arabescas con siluetas y ropajes incongruentes; fantasías monstruosas como la locura; había mucho de bello, de licencioso, de extraño, algo de terrible y no poco de lo que podría producir repugnancia. En resumen, era como una multitud de sueños que se pavoneaban de un lado a otro por las salas. Y estos sueños se contorsionaban en todos sentidos, tomando el color de las salas; hubiérase dicho que la extraña música de la orquesta era el eco de sus propios pasos. Y, de tiempo en tiempo, se oye el reloj de ébano de la sala de terciopelo. Y entonces, durante un momento, todo se detiene, todo enmudece, excepto la voz del reloj. Los sueños se quedan helados, paralizados en sus posturas. Mas los ecos de la sonería se desvanecen, no duraron sino un momento, y, apenas huyen, una hilaridad leve y mal contenida circula por doquier. Y la música suena de nuevo, reavívanse los sueños; aquí y allá los danzarines se retuercen más alegremente que nunca, reflejando el color de las ventanas a través de las cuales fluyen los rayos de los trípodes. Pero ninguna cara osa ahora aventurarse en aquella sala que queda allá, al oeste; porque la noche ha avanzado y una luz más roja fluye al través de los cristales de color de sangre, y la negrura de las colgaduras fúnebres es aterradora; y para aquél que ponga el pie sobre la negra alfombra, brota del reloj de ébano un resonar más pesado, más solemnemente enérgico que el que llega a los oídos de las máscaras que se divierten en las salas más apartadas.
Pero en estas otras salas había una densa multitud y el corazón de la vida latía allí febrilmente. Y la fiesta continuaba siempre su torbellino, cuando al cabo sonaron los tañidos de medianoche en el reloj. Entonces, como ya se dijo, calló la música y se detuvieron las evoluciones de los que bailaban; se produjo donde quiera, como antes, una ansiosa inmovilidad. Pero el tañido del reloj debía ahora componerse de doce campanadas. Por eso fue tal vez que, teniendo más tiempo, se insinuó una mayor cantidad de pensamientos en las meditaciones de los pensativos que se hallaban entre los que se divertían. Y quizás por eso mismo muchas personas de entre la multitud, antes de que se ahogaran en el silencio los últimos ecos de la última campanada, tuvieron tiempo de notar la presencia de una máscara que hasta ese momento no había llamado la atención de nadie. Y habiendo corrido en un susurro la noticia de aqúella intrusión, se suscitó entre la concurrencia un cuchicheo, un murmullo significativo de asombro y desaprobación, y luego, por último, de terror, de horror y de repugnancia.
En una reunión de fantasmas como la que he descrito, era preciso sin duda una aparición del todo extraordinaria para causar tal sensación. La licencia carnavalesca de aquella noche, era, a la verdad, casi ilimitada; pero el personaje en cuestión había sobrepasado la extravagancia de un Herodes, y franqueado los límites, muy amplios, no obstante, del decoro impuesto por el principe. Hay en los corazones más temerarios, cuerdas que no se dejan tocar sin emoción. Incluso entre los depravados, entre aquellos para quienes la vida y la muerte son igualmente un juego, hay cosas con las que no se puede jugar. Toda la concurrencia pareció entonces sentir profundamente el mal gusto y la inconveniencia de conducta y de vestido de aquel extraño. El personaje era alto y delgado y estaba envuelto en un sudario de la cabeza a los pies. La máscara que ocultaba su rostro representaba tan bien el semblante de un cadáver rígido, que el análisis más minucioso difícilmente hubiera descubierto el artificio. No obstante, todos aquellos locos alegres hubieran podido soportar, si no aprobar, aquella burda broma. Pero la máscara había llegado hasta a adoptar el tipo de la Muerte Roja. Sus vestiduras estaban manchadas de sangre, y su amplia frente, lo mismo que los rasgos de su rostro, estaban salpicados del horror escarlata.
Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre esta figura espectral, la que, con movimientos lentos, solemnes, enfáticos, como para mejor representar su papel, se paseaba por aquí y por allá entre los que bailaban, se le vio, en primer lugar, conmoverse por un violento estremecimiento de terror y de asco; pero un segundo después, su frente enrojeció de ira.
¿Quién se atreve, preguntó con voz ronca a los cortesanos que se hallaban junto a él, quién se atreve a insultarnos con esa ironía blasfema? ¡Apoderaos de él y desenmascaradle! ¡Que sepamos a quién hemos de ahorcar en nuestras almenas al salir el sol!
Era en la sala del este, o sala azul, donde se encontraba el príncipe Próspero cuando pronunció estas palabras. Resonaron fuerte y claramente a través de los siete salones, porque el príncipe era un hombre imperioso y robusto y la música había enmudecido a una señal de su mano.
Era en la sala azul donde estaba el príncipe, con un grupo de pálidos cortesanos a sus lados. Primero, mientras él hablaba, hubo entre el grupo un leve movimiento de avance en dirección del intruso, quien durante un momento estuvo casi al alcance de sus manos, y que ahora, con paso deliberado y majestuoso, se acercaba más y más al príncipe. Pero, por cierto terror indefinible que la audacia insensata de la máscara había inspirado a todos los allí reunidos, no hubo nadie que pusiera la mano en ella, aun cuando, sin encontrar ningún obstáculo, pasó a dos pasos de la persona del príncipe; y en tanto que la inmensa asamblea, como si obedeciera a un solo movimiento, retrocedía del centro de la sala a las paredes, la máscara continuó su camino sin interrupción, con aquel mismo paso solemne y mesurado que la había singularizado desde el principio, de la sala azul a la sala púrpura, de la sala púrpura a la sala verde, de la verde a la anaranjada, de ésta a la blanca, y de la blanca a la violeta, antes de que nadie hiciera un movimiento decisivo para detenerla. Fue entonces, cuando el príncipe Próspero, exasperado de ira y de vergüenza por su momentánea cobardía, se lanzó precipitadamente a través de las seis salas sin que nadie lo siguiera, porque un terror mortal se había apoderado de todo el mundo. Blandía un puñal y se había aproximado impetuosamente a una distancia de tres o cuatro pasos del fantasma que se batía en retirada, cuando éste, llegado a la proximidad de la sala de los terciopelos, se volvió bruscamente y afrontó a quien lo perseguía. Sonó un grito agudo, y el puñal se deslizó relampagueante sobre la alfombra fúnebre, donde el príncipe cayó muerto un segundo después. Entonces, invocando el frenético valor de la desesperación, una multitud de máscaras se precipitó a la vez en la sala negra, y, asiendo al desconocido que se mantenía, como una gran estatua, rígido e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, se sintieron sofocados por un terror sin nombre, al ver que no había ninguna forma palpable bajo el sudario y la máscara. Todos reconocieron entonces la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche.
Y todos los convidados cayeron uno a uno en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la postura desesperada de su caída. Y 1a vida del reloj de ébano desapareció con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes se extinguieron. Y las Tinieblas, y la Ruina, y la Muerte Roja tuvieron sobre todo aquello ilimatado dominio.Edgar Allan Poe
Así como una jornada bien empleadaproduce un dulce sueño, así una vidabien usada causa una dulce muerte.Leonardo Da Vinci
No le temo a la muerte,sólo que no me gustaríaestar allí cuando suceda.Woody Allen
La guerra es una masacre entre gente queno se conoce para provecho de gente quesí se conoce pero que no se masacra.Paul Valèry

sábado, marzo 11, 2006

ANTI-FAN(DONADO POR UN AMIGO)

Pues aqui esta el promo de ANTIFAN, independientemente del genero musical el robo de letras es deprimente....(favor de copiarlo y rolarlo por internet)

viernes, marzo 10, 2006

RELATO REAL

ES UN RELATO ES ALGO QUE ME SUCEDIO Y ANTERIORMENTE A MI HERMANA, PERO YO NO LA CREI. FUE EN EL MES DE OCTUBRE DEL 2001 UNA NOCHE SALI A LA COCINA QUE ESTA EN LA PARTE DE ATRAS DE LA CASA DE MIS PADRES , FUI A LA DESPENSA A SACAR UNAS ACEITUNAS DONDE HAY UN MUEBLE GIRATORIO Y COGI LAS ACEITUNAS DEL MUEBLE , FUE HACIA LA NEVERA A SACAR LA COCACOLA CUANDO HABRO LA PUERTA OIGO UNA VOZ QUE DICE ESTHEEEERRRRRR!!! , ME GIRO Y VEO LA PUERTA DE LA DESPENSA QUE HABIA CERRADO QUE ESTABA ABIERTA , EL MUEBLE GIRATORIO ESTABA DANDO VUELTAS, NO ENTENDIA NADA PERO CLARO CERRE RAPIDAMENTE LA NEVERA Y AL CERRAR LA DESPENSA SALI CORRIENDO LO MAS RAPIDO QUE PUDE PARA DECIRSELO A MI MADRE LO QUE ESTABA PASANDO.
AL DIA SIGUIENTE ESTABAMOS TODOS EN CASA ,PERO MI MADRE FUE A MIRAR Y NO PASO NADA Y MI MADRE ME TOMABA POR UN POCO TONTA O QUE ME LO ESTABA INVENTANDO, TAMBIEN SE LO CONTE A MI NOVIO EDUARDO PERO TAMPACO ME CREIO EL NUNCA SE LO HA CREIDO .
DESPUES DE TRES DIAS ESTABAMOS TODOS EN CASA EDUARDO INCLUIDO, NOS ENCONTRABAMOS JUGANDO A LAS CARTAS Y EDUARDO FUE A LA DESPENSA A BUSCAR ALGO PARA PICAR ,PORQUE DE NOCHE A NOSOTRAS NO NOS HACIA MUCHA GRACIA IR A LA DESPENSA ,FUE Y TRAJO UNOS APERITIVOS QUE NOS COMIMOS Y NO PASO NADA.
CUANDO SE MARCHO MI NOVIO A LAS TANTAS DE LA NOCHE VIMOS QUE SE HABIA DEJADO LA PUERTA DE LA DESPENSA ABIERTA, DIJIMOS ENTRE NOSOTRAS QUIEN VA A CERRARLA , MIENTRAS LO DISCUTIMOS SE VOLVIO A OIR UNA VOZ QUE DECIA !!!DAAA IGUUALLL! , NOS PUSIMOS TODAS NERVIOSAS A GRITAR COMO LOCAS , PERO MI MADRE FUE A CERRAR LA PUERTA Y ES CUANDO VOVIO A PASAR EL MUEBLE GIRATORIO DANDO VUELTAS ESTA VEZ HASTA CAYERON UN PAR DE LATAS DE CONSERVAS QUE TENIAMOS.
MI MADRE EN VEZ DE SALIR CORRIENDO EMPEZO A GRITAR SEAS QUIEN SEAS LÁRGATE, VETE, DEJANOS EN PAZ NO TE HEMOS HECHO NADA Y DE MOMENTO TODO SE CALMO.
DESDE ENTONCES LOS SIGUINTES DIAS LLEVAMOS AGUA VENDITA A LA DESPENSA Y NO A VUELTO A PASAR MAS DESDE ENTONCES PERO CADA VEZ QUE VOY A LA DESPENSA VOY CAGADITA
PERO CREERME QUE ES ALGO QUE NO ME GUSTARIA QUE VUELVA A PASAR.
MI NOVIO EDUARDO COMO ES UN INCREDULO Y UN POCO BOBO AUN SE RIE Y NO SE CREE NADA, PIENSA QUE ESTAMOS LOCAS CADA VEZ QUE VE EL AGUA BENDITA PUESTA EN LA DESPENSA.