viernes, enero 13, 2006
CICLOPES
Los gigantes de un solo ojo descritos en la mitología griega no son seres imaginarios. ¡No. Estos existen de verdad! Habitan las montañas más altas de nuestro planeta, donde hace frío y el aire es más transparente. Descansan durante el día, pero al empezar la noche lanzan su mirada hacia el cielo repleto de astros luminosos buscando, en silencio, la quintaesencia del universo.
Que tengan cualidades extraordinarias es evidente, pues su principal órgano sensorial, un ojo desmesurado, posee un cristalino de vidrio y una retina electrónica muy sensible. Pesan varias toneladas y sin embargo pueden moverse con sorprendente finura y precisión. Con un cerebro electrónico y alma de explorador, los astrónomos los doman tras muchos años de práctica. Sí, el telescopio es el cíclope de nuestra era. Al igual que sus ancestros, se eleva como un gigante en la forja del conocimiento.
Nuestro cíclope moderno tuvo una infancia muy humilde. Hace cuatro siglos su ojo apenas medía un par de centímetros. Le decían catalejo, pero su visión no era nítida. Si no fuera porque nuestras pupilas en la oscuridad se dilatan hasta un máximo de apenas siete milímetros, dos centímetros podrían parecer poca cosa. Aun así, el catalejo era diez veces más sensible que nuestros ojos. Además, tenía la exquisita cualidad de aumentar los objetos haciéndolos parecer como más próximos a nosotros.
¿Qué quiere decir todo esto? Fácil. Si miramos la Luna, por ejemplo, con un catalejo de un par de centímetros y treinta aumentos, la observaríamos diez veces más brillante y treinta veces más cercana a la Tierra. Tomando en cuenta que la Luna se encuentra a unos trescientos noventa mil kilómetros de distancia, la veríamos como si estuviera a tan sólo trece mil kilómetros. ¡Nada mal para un cíclope en pañales!
Pero eso era apenas el comienzo. Con el paso del tiempo los ojos de los cíclopes de la noche han crecido y hoy en día sus dimensiones alcanzan ya varios metros de diámetro y algunas toneladas de peso. Simultáneamente, su visión se ha perfeccionado, se ha vuelto muy nítida. Su cerebro electrónico, además de poseer una asombrosa memoria visual, puede llevar a cabo el procesamiento de las imágenes con una velocidad vertiginosa. Sí, en el fondo los cíclopes de la noche han siempre envidiado la capacidad del ojo humano, su enfoque automático, la visión de los colores y la rapidez de sus movimientos. Gracias a la ciberoptrónica, no están muy lejos de tener todas estas cualidades.
Lo increíble es que en Venezuela viven cuatro cíclopes de la noche. Su morada se encuentra bien alta, en los páramos cercanos a la ciudad de Mérida. El lugar se llama “Observatorio Astronómico Nacional de Llano del Hato”, pero el común de la gente le dice “Astrofísico”.
Así como Polifemo, Brontes, Estérope y Arges, nuestros cíclopes reciben los nombres de Refractor, Reflector, Cámara Schmidt y Astrógrafo Doble. Durante sus casi cincuenta años de vida han madurado mucho, porque los hemos cuidado, alimentado y educado rigurosamente. Como sus hermanos en otras montañas del mundo, abren su único gran ojo todas las noches despejadas para mirar cada vez más lejos en el cosmos.
Sólo nos resta esperar que el tan aclamado progreso, del cual se nutren constantemente nuestros cíclopes, no ciegue irremediablemente –cual Ulises moderno– estos enormes ojos del conocimiento. Desdichadamente, hay indicios de que esto podría ocurrir.
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