sábado, enero 07, 2006

EL MITO DE LA ATLANTIDA


La historia de la isla de la Atlántida llega primero con los dos diálogos de Platón El Timeo y Critias. La historia de Platón se centra en torno a Solón, un gran legislador griego y poeta que viajó a Egipto unos 150 años antes. En la ciudad egipta de Sais Solón recibió de los sacerdotes la historia de la Atlántida . Los sacerdotes recibieron bien a Solón porque respetaban su reputación. Ellos también respetaban a los Atenienses, a los cuales estimaban como parientes, porque ellos creían en su deidad Neith por ser la misma deidad de los griegos a la que llamaban Atenea. Por lo tanto se creía que ella era la madrina y la protectora de los griegos y los egipcios. La historia que contaron los sacerdotes a Solón era desconocida para él. De acuerdo con los registros del antiguo templo egipcio, los atenienses pelearon en una guerra agresiva contra las reglas de los atlántidas unos nueve mil años antes y ganaron. Aquellos reyes o gobernantes antiguos y poderosos de la Atlántita formaban una confederación con la cual controlaban la Atlántida y también otras islas. Ellos empezaron una guerra desde su tierra natal en el Océano Atlántico y enviaron tropas de ataque contra Europa y Asia. Contra este ataque los hombres de Atenas formaron una coalición venida de toda Grecia para hacerlo frente. Cuando esta coalición encontró dificultades, sus aliados desertaron y los atenienses pelearon solos por la derrota de los gobernantes atlánticos. Ellos pararon una invasión de su propio país así como también liberaron a los egipcios y pasado el tiempo a casi todos los países que estaban bajo el control de los gobernantes de la Atlántida. Poco después tras su victoria, incluso antes de que los atenienses volvieran a casa, la Atlántida sufrió un catastrófico terremoto y una inundación hasta que desaparecieron bajo el mar. Todos los hombres valientes fueron tragados del día a la noche de acuerdo con la leyenda. Este es el porqué de que los egipcios siempre estuvieran agradecidos a los atenienses. La historia de Platón también dice la historia de la Atlántida con la cual se muestra cómo los gobernantes destruían cualquier estado que quisieran conquistar. Esta historia ha sido registrada en las notas de Solón las cuales pasaron por su familia. De acuerdo a las notas de Solón, la historia de la Atlántida empieza en el principio del tiempo. Era cuando los dioses inmortales se dividían el mundo entre sí y cada uno gobernaba su parte. El dios Poseidón recibió a la Atlántida, una isla más grande que Libia y Asia juntas. Él eligió por mujer a la mujer mortal Clite con la cual comenzó la familia real de la Atlántida. Poseidón construyó la casa de Clite en una colina alta en el centro de la isla. Desde la casa se veían las fértiles llanuras que eran bordeadas por el mar. Para su amada esposa Poseidón dió protección alrededor de su casa con cinco anillos concéntricos de agua y tierra. Él talló los anillos con la facilidad y la habilidad de un dios. Hizo brotar fuentes de calor y frío desde la tierra. Con el desarrollo de la futura ciudad sus descendientes nunca carecerían de agua. Clite dió a luz a diez hijos de Poseidón, cinco pares de chicos.Atlas fue el primer hijo del primer par de gemelos, que fue rey del vasto territorio de su padre. Sus hermanos fueron nombrados príncipes y cada uno gobernaba una gran sección del reino permaneciendo la casa de su madre en lo alto de la colida y con las tierras rodeándola. Esto es lo que poseía Atlas. Atlas se dió a sí mismo muchos hijos con la sucesión del trono pasando siempre al hijo mayor. Durante generaciones los atlántidas estuvieron apacibles y tenían éxito. Casi toda la población necesitaban lasminas, campos y bosques de la isla. Cualquier cosa que el reino no producía era importada. Esto era posible gracias a un canal que se construyó con el cual se atravesaban todos los anillos desde el océano al centro del reino o la acrópolis. De esta forma el palacio real estaba cerca de la casa original de Poseidón y Clite. Cada éxito de los reyes hicieron que se construyera un gran reino. Finalmente la espléndida ciudad de Metrópolis y las ciudades exteriores de la Atlántida estaban detrás de un gran muro exterior. Poseidón asentó las leyes de la Atlántida según las cuales todos los gobernantes eran iguales. El cuerpo del gobierno se reunía regularmente. Consistía en diez gobernantes que estaban representados por los primeros gobernantes, Atlas y sus nueve hermanos, que reinaron con poder absoluto de la vida y la muerte sobre los demás asuntos. Ellos se reunían en el tempolo de Poseidón donde los primeros gobernantes inscribieron las leyes en un pilar del oráculo. Primero, tal y como era requerido por la antigua ceremonia, se intercambiaban compromisos. Luego un se capturaba y mataba un toro sagrado. El cuerpo se quemaba en un sacrificio al dios. La sangre se mezclaba con vino y se vertía sobre el fuego como un acto de purificación para cada hombre. A los gobernantes se les servía vino en copas doradas, cada uno vertía un poco sobre el fuego y hacía el juramento de juzgar según las leyes inscritas. Cuando terminaban su voto bebían de su vino y dedicaban su copa al templo. Esto continuaba con una cena, en la cual los gobernantes estaban vestidos con magníficas túnicas azules, en la que juzgaban asuntos concernientes al reino de acuerdo con las leyes de Poseidón. Mientras tanto ellos juzgaban y vivían según las leyes de Poseidón y el reino prosperaba. Los problemas empezaron cuando se empezaron a olvidar las leyes. Muchos de los gobernantes se casaban con mortales y hacían su vida como los estúpidos humanos. Pronto los gobernantes mostraron codicia por más poder. Luego Zeus vió lo que les estaba pasando a los gobernantes. Ellos habían abandonado las leyes de los dioses y actuaban como hombres en una malvada coalición. Él se reunió con todos los dioses del Olimpo y ellos pronunciaron el juicio sobre la Atlántida. Es justo aquí donde la historia de Platón se detiene. Si Platón tenía la intención de contar el final de la historia de la Atlántida eso no lo sabe nadie. Tampoco se sabe si Platón creía en la existencia real de la isla o si era un reino puramente mítico. Muchos han dicho que Platón creía en la existencia de la isla porque él dió muchos detalles en su descripción, mientras que otros dicen que la historia es pura ficción y que Platón así podía dar tantos detalles como quisiese. Pero esto no prueba nada. También surge la duda sobre el periodo de tiempo en el que se desarrolla la historia. Solón escribe que la isla existían 9.000 años antes. Este tiempo sería en la Edad de Piedra. En este periodo es difícil imaginarse el tipo de agricultura, arquitectura y sistemas de navegación por mar que se describen en la historia. Una aclaración sobre este periodo de tiempo es que Solón podría haber malinterpretado el símbolo egipcio para "100" y "1000". Si este fuera el caso entonces la Atlántida habría existido 900 años antes. Esto situaría a la Atlántida en la Edad de Bronce en la cual se poseían las herramientas necesarias para llegar al desarrollo que se describe en la historia. Para corroborar esta teoría de los 900 años, está la evidencia geológica de que alrededor del año 1500 antes de Cristo hubo una gigantesca erupción volcánica que causó que la mitad de las islas se hundieran en el mar. También se dice que se hundió una ciudad en la Bahía de Nápoles. Al mismo tiempo han sido localizados en la zona varios balnearios ricos y lujosos. Cuando se narra la historia de la Atlántida es fácil llegar a ver cómo una de esas ciudades podría ser asociada a ella. La historia aún cautiva a muchas personas, tanto que se han realizado muchas excavaciones arqueológicas para encontrar alguna evidencia de la existencia de la Atlántida, tal y como exponemos a continuación.

2. LA BÚSQUEDA DE LA ATLÁNTIDA.

(Esta información ha sido sacada de "De nuevo la Atlántida" en: Espacio y Tiempo, nº 2, abril 1991, pp. 40-50).
César Luis de Montalbán, ex­plorador y viaje­ro incansable, profun­dizó como po­cos en la histo­ria y leyendas de Asia y América, y en los conoci­mientos más secretos de sus sacerdo­tes y magos. Producto de todo ello fue su convencimiento absoluto acerca de la existencia del mítico continente. Durante uno de sus viajes a Egipto, Montalbán convivió con sacerdotes del alto Nilo, quienes le confesaron ser descendientes de los atlantes, ya que éstos llevaron a Egipto to­dos los conocimientos y logros de su civilización. Por cierto, que tal afirmación coincide con el texto de un rollo de papiro que se conserva en el Museo de San Petersburgo, escrito durante el reinado del faraón Sent, de la II dinastía, donde se ex­plican las investigaciones ordena­das por el monarca y llevadas a ca­bo por una expedición en busca de La Atlántida, por considerarla la tie­rra de sus antepasados. En otra ocasión, encontrándose en los Andes Orientales, Mon­talbán entró en contacto con el más alto sacer­dote, el "Pistaco" ­de aquellos terri­torios, perteneciente a una dinastía in­memorial que conservaba la historia de su estirpe y las más ocultas tradi­ciones de su pueblo. El enigmático personaje, al escuchar del viajero una alusión a Jesús, replicó: "Es mi dios; el dios de mis padres encamado en el culto atlante de lo, el habitante del templo transparente". Profundamente impresionado Mon­talbán por las palabras del "pistaco", insistió para que le contase cuanto supiera de La Atlántida; pero en aquel momento fue inútil. Hubo de transcurrir mucho tiempo hasta que, con ocasión de encontarse ambos a la vista de La Guardia (puerto de Venezuela), sin solicitarlo pregunta alguna, el "pista­co" dijo con tristeza mirando las olas espumosas del Atlántico: "Estas aguas cubren la sepultura de mis mayores, que vivieron en la hundida tierra, la que está en el fondo del mar. Sus habitantes fueron muy feli­ces al principio; eran justos y sus ciencias alcanzaron un progreso grande, pero luego llegaron al vicio y a la maldad. Entonces, un día, la tie­rra oscilé, los picos fueron cubiertos por penachos de fuego, y el mar fu­rioso dejó sepultada para siempre La Atlántida, la tierra de las artes y las ciencias, de las grandes ciudades con pirámides y obeliscos, de los be­llos templos transparentes de lo, la tierra de los sabios que conocieron la verdad única". No fue César Luis de Montalbán el primero en obte­ner en América testimonios del continente sumer­gido: ya Orellana, en el curso de sus conquistas y des­cubrimientos en tierras de Venezue­la, contemplé en manos de los aborí­genes unos mapas donde aparecía, perfectamente situado, el continente de La Atlántida, de donde asegura­ron provenir. Por otra parte, en la "Historia Uni­versal" de Dextro, libro famoso entre todos los libros perdidos, prohibidos y condenados, que pocos tuvieron el privilegio de leer, se encontraba - al parecer - la relación completa de to­dos los monarcas atlantes que hubo en España, quienes dieron poblado­res a Irlanda, Escocia, Inglaterra y América, los mismos que enviaron colonias a Asia y poseyeron parte de Africa, proporcionando también reyes a los celtas y troyanos. España, en definitiva, aparecía en aquellos tiem­pos como la cabeza de todo Occi­dente. Desgraciadamente, esta joya bibliográfica desapareció misteriosa­mente, siendo sustituída por la más conveniente "Historia" de Flavio Lu­cio, la cual, desde entonces, se tuvo por la auténtica historia de Dextro. Don Benito Arias Montano (1527-1598), políglota y heterodoxo extremeño, maestro y sabio, fue uno de los pocos privile­giados que tuvo en sus manos la obra; y no sólo éste, sino también otro libro de similar contenido e igualmente prohibido y condenado: "El Cronicón" de Pedro Orador, de Zaragoza. Arias Montano hizo partí­cipe de su sorpresa y emoción a Fe­lipe II, y éste le encargó escribir para la naciente biblioteca de El Escorial unos pliegos sobre ambas obras, así como un epítome de los reyes hispa­no-atlantes, lo cual resulta tan sig­nificativo como revelador. Una copia de estos escritos fue llevada por Montano a su "Peña", sumándose así a los muchos secretos que el gran maestro dejó sepultados para siempre en su querida y enigmática Peña de Alájar. Mario Roso de Luna, un ilustre extremeño astrónomo y escritor, publicó en 1904 un primer estudio sobre la escritura óg­nica en Extremadura, defendiendo la hipótesis de la existencia de atlantes en esta tierra. En sus páginas apare­cieron también algunas fotografías de extraños caracteres, un buen nú­mero de los cuales con forma de ca­zuelas, lo que indujo a Roso a refe­rirse a "una escritura de cazoletas", asegurando que la misma corres­pondía a un enigmático pueblo de astrónomos muy anterior a iberos y celtas, un pueblo misterioso que, según deducciones de Roso, sólo podía provenir de la legendaria Atlántida. Uno de los testi­monios más im­portantes acerca de la existencia de La Atlántida se debe a Hein­rich Schliemann (1822-1890), el célebre arqueó­logo descubridor de Troya. Un nieto de Heinrich, Paul Schlie­mann, publicó un artículo que causó cierto escándalo en los medios cien­tíficos e intelectuales de la época; y no era para menos. Su mismo título, "Cómo encontré la perdida Atlántida, fuente de toda civilización", era ya suficiente para alborotar a los arqueólogos. Contaba el autor del mismo que, días antes de morir su abuelo en Nápoles, en 1890, dejó un sobre lacrado con la siguiente ins­cripción: "Este sobre sólo podrá ser abierto por un miembro de mi familia que jure dedicar su vida a las investi­gaciones que están bosquejadas y contenidas en él." Y en una nota confidencial añadida al sobre lacra­do añadía: "Rómpase el recipiente con cabeza de lechuza. Exáminese el contenido. Concierne a La Atlánti­da. Háganse investigaciones en el este de las ruinas del templo de Sais y el cementerio del valle Chacuna." El doctor Paul Schliemann efectuó en 1906 el juramento requerido y rompió los sellos, encontrando en el interior del sobre varias fotografías y documentos. En uno de ellos leyó: "He llegado a la conclusión de que La Atlántida no era meramente un gran territorio entre América y las costas occidentales de Africa y Euro­pa, sino también la cuna de nuestra civilización. En las adjuntas compila­ciones se encontrarán las notas y explicaciones, las pruebas que de este asunto existen en mi mente." "Cuando en 1873 hice las excava­ciones en Troya -relató Heinrich Schliemann en uno de sus escri­tos- y descubrí en la segunda ciudad el famoso "Tesoro de Príamo", encontré en él un hermoso jarrón con cabeza de le­chuza y de gran tamaño. Dentro se hallaban algunas piezas de alfarería, imágenes pequeñas de metal y obje­tos de hueso fosilizado. Algunos de estos objetos y el jarrón de bronce tenían grabada una frase en caracte­res geroglíficos fenicios, que decía: "Del rey Cronos de La Atlántida". El que esto lea podrá imaginar mi emoción. Era la primera evidencia material de que existía el gran conti­nente cuyas leyendas han perdurado por todo el mundo. Guardé en secre­to este objeto, ansioso de hacerlo la base de investigaciones que creía serían de importancia mayor que el descubrimiento de cien Troyas. Pero debía terminar primero el trabajo que había emprendido, pues tenía la confianza de hallar otros objetos que procedieran directamente del perdi­do continente. En 1883, en­contré en el Louvre una co­lección de obje­tos desenterra­dos en Tiahua­naco; y entre ellos descubrí piezas de alfare­ría exactamente de la misma forma y material, y objetos de hueso fosiliza­do idénticos a los que yo había en­contrado en el jarrón de bronce del Tesoro de Príamo." "Está fuera de rango de las coinci­dencias que dos artistas hicie­ran dos jarrones, y sólo menciono uno de los objetos exactamente iguales, del mismo tamaño y con las curiosas cabezas de lechuza, colo­cadas en idéntica forma. Conseguí algunos de estos objetos de Tiahuanaco y los sometí a análisis químicos microscópicos. Estos de­mostraron, concluyentemente, que los jarrones americanos, al igual que los troyanos, habían sido he­chos con la misma arcilla peculiar; y supe más tarde que esta arcilla no existe ni en la antigua Fenicia ni en América. Analicé los objetos de me­tal, y éste no se parecía a ninguno de los que había visto. El análisis quími­co demostró que estaba hecho de platino, aluminio y cobre: una combi­nación que nunca se había encontra­do en los restos de las antiguas ciu­dades. Los objetos no son fenicios, micénicos ni americanos. La conclu­sión es que llegaron a ambos lugares desde un centro común. La inscrip­ción grabada en mis diálogos indi­caba ese centro: ¡La Atlántida!" "Una inscripción que desenterré cer­ca de la puerta de Los Leones, en Micenas, dice que Misor, de quien descendían los egipcios, era el hijo de Thot, y que Taavi era el hijo emi­grado de un sacerdote de La Atlántida, quien, habiéndose enamorado de una hija del rey Cronos, escapó y desembarcó en Egipto tras muchas aventuras, construyó el pri­mer templo de Sais y enseñó la sabi­duría de su tierra. Toda esta inscrip­ción es muy importante, y la he mantenido en secreto". Al romper el doctor Paul Schliemann uno de los enigmátcos jarrones, en­contró en su interior otra de las mo­nedas de esa extraña aleación, en la cual estaban grabadas, en fenicio antiguo, las siguientes palabras: "Emitido en el Templo de las Pare­des Transparentes". "Siguiendo las indicaciones de mi abuelo - resumió Paul Schliemann sus investigaciones- he trabajado durante seis años en Egipto, Africa y América, donde he comprobado la existencia de La Atlántida. He des­cubierto este gran continente y el he­cho de que de él surgieron, sin duda alguna, todas las civilizaciones de los tiempos prehistóricos..." En este punto del relato las noticias sobre sus descubrimien­tos se pierden. Existe un libro titulado "Acción de España en África" avalado por el prestigio y seriedad del Estado Mayor, que recoge extensas aportaciones geológicas acerca del continente perdido. Perte­neció al Teniente General y Jefe del Estado Mayor, Sánchez de Ocaña. Se trata de uno de los cuatro únicos ejemplares de que constó la edición, lo cual hace suponer que su conteni­do fue considerado prácticamente secreto, todos destinados exclusiva­mente a altos mandos del Ejército español. En sus páginas, basándose en concomitancias de la fauna, la flora y la geología ente España y Marruecos, se admite la existencia de La Atlántida. El volumen, encuadernado con primor en piel de Rusia, fue im­preso en 1935, en los talleres del Mi­nisterio de la Guerra, y su realiza­ción corrió a cargo de la Comisión Histórica de las Campañas de Ma­rruecos. Especialmente interesante es el ca­pítulo primero, que trata de la Penín­sula y el Norte de Africa en la Era Terciaria y de las comunicaciones entre el Mediterráneo y el Atlántico. La deducción de los autores es que España formaba parte de un conti­nente terciario unido a África por el istmo que hoy ocupa el estrecho de Gibraltar, encerrando una vasta cuenca, la del actual Mediterráneo, que, prolongándose hacia el Noroes­te, según muchos geólogos por terri­torios ahora sumergidos, llegaba a unirse con América del Norte. Avalan esta sorprendente conclusión las huellas que sobre la superficie de España y Marruecos dejaron dos im­portantes estrechos: el Norbético, abierto en los tiempos eoce­nos por el actual valle del Guadalquivir, que establecía una comu­nicación entre ambos mares más amplia que la posterior de Gi­braltar, y el Sur Rife­ño, por las cuencas del Sebú y sus afluen­tes el Varga, el lnaven y el Muluya inferior. En el capítulo titulado "Hundimiento del istmo entre Eu­ropa y África: la cuestión de La Atlántida", se informa más amplia­mente sobre el continente perdido, explicando que, unidas todavía las cadenas montañosas Bética y Rife­ña, al fin del Plioceno de la Era Ter­ciaria - según los geólogos- violentas conmociones sísmicas provoca­ron el hundimiento del istmo monta­ñoso que las unía, separando los continentes y dejando abierta una nueva comunicación entre los dos mares. "Supónese -se lee en el li­bro- por muchos geólogos que a consecuencia del mismo cataclis­mo desapareció también una gran isla o continente conocido con el nombre de Atlántida." Centrando la atención en el Nuevo mundo se re­coge el hecho de que doce caribes refirieron a los españoles, en los tiempos de la Ocupación, que todas las Antillas habían formado en épo­cas remotas otro continente, pero que fueron súbitamente separadas por la acción de las aguas. El recuer­do de este cataclismo perduró entre los aborígenes de América Central y del Norte hasta Canadá. Siguiendo con las relaciones esta­blecidas entre las tierras a ambos lados del Atlántico, el informe relata cómo, en 1898, durante la explora­ción de la meseta de las Azores, in­tentando recoger un cable roto con unas grapas, éstas se enganchaban en rocas de puntas muy duras y se rompía o torcía. Entre las grapas se hallaban pequeñas esquirlas mine­rales que presentaban el aspecto de haberse roto recientemente. Todas pertenecían al mis­mo tipo de roca, una lava vidriosa llamada "traquitas", de similar composición a los basaltos, pero cu­yo estado vidrioso só­lo puede producirse al aire libre. El mismo Termier deduce que, a unos 900 kilómetros de las Azores, la tierra que constituye el fon­do del Atlántico fue convertida en lava cuando se encontraba todavía emergida, de­rrumbándose después y descendiendo hasta los 3.000 metros, don­de hoy se encuentra. Las rudas asperezas y aristas vivas de las ro­cas demuestran que el hundimiento fue muy rápido, pues, en caso contrario, la ero­sión atmosférica y la abrasión marina ha­bría nivelado las desi­gualdades de la su­perficie. El profesor Hernández Pacheco opinó: "La presencia de conglomerados y depó­sitos cuaternarios que en las costas de Cádiz estudió Macpherson, y otros descubrimientos posteriores, hacen pensar en la posibilidad de que en épocas recientes, ya huma­nas, pueden haberse realizado inten­sos fenómenos tectónicos en el lito­ral, con sumersión de antiguas tierras emergidas. La vieja leyenda de La Atlántida se vuelve a presentar ante el espíritu con todo el obsesionante y misterioso enigma que la rodea."

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