miércoles, enero 25, 2006

Yetí

¿Quién no ha oído hablar alguna vez del “Yetí”, ese abo­minable hombre de las nieves, cuya presencia difusa entre las nieblas de las alturas, llenó de espanto a los exploradores de muchas expediciones, que ascendían las cumbres heladas del Himalaya?

El “Yeti” es un habitual ocupante de las páginas de la prensa veraniega, con caracteres de acontecimiento. Pero, en realidad, es más bien como un espectáculo de circo y fantasía, sin plante­arse su verosimilitud. Eso no importa, lo que interesa es el impacto de la noticia, no su trascendencia.

Sherpas y escaladores son famosos por un día, si al regreso de su viaje a las montañas asiáticas, dicen haber visto un “Yeti” o unas huellas enormes, de gigante, grabadas sobre la superficie blanca inmaculada de la nieve virginal que nadie, excepto ese ser monstruoso, pisa en los techos del mundo.

Peter Kolosimo, en su libro "El planeta incógnito", recoge un relato que, a la vuelta de una expedición al Himalaya, hizo de su aventura el fotógrafo griego N.A. Tombazi, en el año 1925. Relato que apareció por primera vez en un pequeño volumen que preparó el mismo fotógrafo y del que editó sólo 150 ejemplares. Cuenta Tombazi que Dormía aún, cuando se oyeron los gritos de los sherpas. Una voz le llamó a gritos, anunciándole que había un “YETI”. Salió de la tienda y divisó lo que los sherpas le indicaban, a doscientos o trescientos metros por debajo de donde estaban ellos. El contorno de la figura era semejante al de un ser humano. Aquel ser caminaba en posición erecta, inclinándose de vez en cuando para recoger algún rodo­dendro seco. La figura oscura destacaba contra la nieve y no llevaba ropa alguna. Pocos minutos después había desaparecido.

Examinaron las huellas, que eran semejantes a las humanas, pero de gran tamaño. Se podían distinguir muy bien los cinco dedos y la concavidad del pie, mientras que el talón estaba gra­bado más débilmente. No habia duda alguna de que se trataba de las pisa­das de un bípedo.

Integrantes de más de 20 expediciones, de distintos países, al Himalaya y a otros macizos montañosos de Asia y de China, encontraron rastros evidentes del “Yeti”, y algunos incluso pudieron verlo a escasa distancia, de tal modo, que sus descripciones resultan suficientemente completas, como para trazar un retrato robot. De entre los sherpas, raro era el que no lo había visto alguna vez.

En los primeros años de nuestro siglo, Henry Elwes dijo habérselo encontrado de frente. Estaba cubierto de pelo marrón oscuro y era de elevada estatura. A partir de entonces, los encuentros se han ido sucediendo prácticamente sin interrupción, destacando entre otros muchos los relatos que de ellos hicieron Knight, en el año 1913, y Dhyrenfurth, en el año 1963.

Kníght, escalando una cumbre del Himalaya, por encima de los 3.000 metros de altitud, observó a menos de 100 metros a un ser monstruoso, parecido a un gran mono, cubierto de espeso pelo de color rojizo y que caminaba erguido sobre unos pies desmesuradamente grandes y gruesos. Lo más asombroso del relato de Knight es su afir­mación de que aquel ser siniestro, llevaba en la mano un arco y una flecha rudimentarios.
Posteriormente, otras expediciones encontraron cobi­jos naturales que estaban habitados, o habían sido visitados, por algún ser inteligente, porque hallaron en su interior utensilios, restos de comida, una especie de camas y otros objetos trabajados.

Por su parte, Dhyrenfurth transmitió las manifestacio­nes de su sherpa, quien se tropezó de súbito, por la noche, con un “Yeti” que estaba pescando ranas con las manos en un riachuelo. El sherpa lo alumbró con su linterna durante varios minutos, y el monstruo permaneció quieto hasta que bruscamente emprendió la huida.

Eric Shipon y Mike Ward, acompañados del sherpa Tennsíng, lograron fotografiar unas huellas muy recientes de “Yeti”, a 6.000 metros de altura, en la cumbre del Menlun Lá. Estas huellas correspondían a unas pisadas de un ser, que había pasado por allí sólo unos minutos antes, por lo que dedu­jeron que su presencia lo puso en fuga. Medían 29 por 14 centímetros. Las siguieron en un trayecto de más de un kilómetro por un glaciar. Las huellas llegaban hasta el borde de una ancha y profunda grieta en el hielo y proseguían su ruta, después del salto, por el otro lado.

Reuniendo todos los detalles, aparentes y diáfanos, que han proporcionado quienes lo han visto, y basándose igualmente en sus rastros de huellas y objetos encontrados en algunas cuevas, podemos describir al hombre de las nie­ves, al “Yeti”, destacando las siguientes características:

Se comporta como un hombre.
Hace escalones en la roca y traza caminos.
Fabrica y porta arcos y flechas.
Utiliza toscos instrumentos.
Su altura oscila entre 1,5 y 2,5 metros.
Tiene un pelo espeso, de 1 a 2 centímetros de largo, que cubre total­mente su cuerpo, excepto su rostro simiesco.
La mayoría caminan erectos apoyándose solamente sobre sus extremidades inferiores, pero algunos se desplazan con ayuda de los brazos. Estos tienen más lon­gitud que los del hombre con respecto al resto del cuerpo.

Se estima que debe haber, por lo menos, dos clases de “Yetis”: el más voluminoso, que se podría encontrar preferen­temente en las zonas montañosas del Himalaya; y otro más pequeño, en el sur de Asia Central, China, Borneo e Indochina. Algunas tradiciones de esos países refieren encuentros con los “Yetis” desde tiempos inmemoriales.
Los científicos, que a duras penas admiten la existencia de este "abominable hombre de las nieves", no logran hacer concordar sus opiniones:

Unos afirman que, si existe, debe tratarse de un sinántropo, especie de simio humanoide, desaparecida de la Tierra hace por lo menos un millón de años.
Otros aseguran que se trata de un resto, mínimo e inexplicable en el tiempo, del hombre del Neanderthal.

En el continente americano han sido vistos también extraños seres, de características semejantes al “Yeti”, en las zonas montañosas del Noroeste, sobre todo, y en algunos otros lugares de difícil acceso. En América del Sur los abo­minables hombres han preferido las regiones andinas, pero son más bien seres legendarios, de los que hablan los indí­genas, descritos como fieros animales con forma humana, que poseen cuatro manos y van desnudos y cubiertos de abundante pelo.

En los Estados Unidos y Canadá, sí se han recogido algunos testimonios dignos de tener en cuenta, a partir del siglo XIX, y más abundantes en las últimas décadas del siglo XX. En Canadá se les llama “SASQUATCH”, y en los Estados Unidos, “BIG-FOOT”, que quier decir algo así como pies grandes. Huellas de 40 y 45 centímetros han sido halladas y estudiadas en varias oca­siones en el valle Bluff Creck, en California del Norte, en distintos lugares de Canadá, en Michigan, cerca de Monroe, en Ontario y en Winsconsin.

Loren Colcman y Mark Hall han propuesto como orígenes una raza humana, que en tiempos remotos compartió las regiones más septentrionales con los esquimales. Eran los “TORNIT”, gigantescos y pesados, lentos de reflejos, poco inteligentes, quienes, según relatos legendarios esquimales, luchaban entre sí y se mataban. Restos de esos “TORNIT” podrían haber quedado diseminados por las montañas del norte, ocultos, respondiendo al comportamiento que se estima como normal, en los grupos pequeños y marginados, que prefieren los luga­res inaccesibles, la vida difícil, y donde nada, ni la posibili­dad de encontrar comida fácilmente, atraiga la atención de los grupos humanos más evolucionados.

En Bluff Creek, en el año 1967, tuvo lugar un encuentro con uno de estos “YETIS” americanos. El protago­nista, Roger Patterson, logró filmar unos metros de película. Era el 20 de octubre, y Patterson iba a caballo explorando un cañón. De pronto, la cabalgadura se asustó y dio con los huesos de su jinete en el suelo. A su izquierda, a unos 40 metros, había un animal de unas extraordinarias proporciones. Su cabeza era muy semejante a la de un ser humano, pero mucho más achatada, con la frente ancha y la nariz grande. Los brazos le llegaban a las rodillas, y tenía el cuerpo cubierto de pelo marrón, de 5 a 10 centímetros de longitud, menos en el rostro. Era una hembra, de enormes y flácidos pechos. Los calcos de las huellas señalaron que los pies medían 45 centímetros de largo, y que el peso del monstruo oscilaba entre los 275 y los 300 kilogramos.
Algunos testimonios de avistamientos del “YETI” americano le adjudicaban una altura de hasta 4 metros. Son seres pacíficos, en general, aunque existen un par de rela­tos que contradicen este extremo.

Por ejemplo la pelea que sostuvieron cinco barreneros, en Monte Saint Helens, en el Estado de Washington, contra un grupo de “BIG-FOOTS” que les atacó, y la agresión que sufrió el conductor de un camión, en las pro­ximidades de Monroe, por parte de otro “YETI” que se acercó al vehículo, e introdujo una de sus extremidades por la ven­tanilla, proporcionándole un tremendo golpe en la cara.

¿Son hombres o monos? ¿Son restos del eslabón que se perdió en la cadena evolucionista? Tanto los “YETIS” como los “SASQUATCH” y los “BIG-FOOTS” son una incógnita, clavada en la con­ciencia de la historia del hombre. SÍ son los únicos descen­dientes de nuestros antepasados primitivos, ¿por qué no evolucionaron ellos también, paralelamente y en armonía, con la totalidad de la raza humana? Si componen una espe­cie de simios superiores, ¿por qué fueron marginados a los lugares más inaccesibles y más inhóspitos?

Podría tratarse también de una regresión del hombre del Neanderthal a estratos inferiores de los homínidos, pero esto la ciencia no podría admitirlo nunca. Los antropólogos divagan también al estudiar sus características anatómicas y de comporta­miento.

En fin, la historia del mundo, que es la nuestra por­que la hemos construido nosotros, desde los orígenes más remotos hasta el siglo XXI, no sabe dónde encajar a los abominables hombres de las montañas, y de las nieves. Nuestra curiosidad se limita a querer ver algún día a uno de estos seres, hombres o bestias, en la vitrina de un museo, o en un reportaje impactante de la televisión, sin reparar en que estos monstruos son también producto de la dinámica del Cosmos, como lo somos nosotros, y por ello, compañeros nuestros en el viaje sin límites a través del espacio.

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